Dádivas quebrantan peñas

Gracia en el horizonte

En la primaveral tarde-noche de ayer, 29 de marzo, se escrutó el horizonte de "Ciutadans de Catalunya" en la Sedeta, donde acaeció la presentación de la asociación política en el distrito barcelonés de Gracia. A la velada concurrieron unas 220 personas que llenaron la sala de actos del centro cívico. El acto, tras el preámbulo con el cual el presentador obsequió a los asistentes, se adentró, conforme éste avanzaba, en una incesante y vibrante dinámica. Este devenir halló su zenit cuando dos de los ponentes, Rodríguez Mora y Carles Feliu al alimón (Francesc de Carreras por motivos de agenda hubo de abandonar la presentación poco después de su ponencia) atinaron en desenfadadas réplicas a tantas preguntas como parte de los asistentes pudo demandarles. Rodríguez Mora pronunció una alocución que básicamente giró en torno a la incardinación de Catalunya y el proyecto de Estatut en el resto de España, analizada desde la vertiente teórica de la Economía. Por otro lado, Carles Feliu, en su segunda aportación como conferenciante, en esta singladura política, deshilvanó una disertación donde hallaron cabida un sinfín de aceradas ironías que fueron correspondidas por los presentes con unísonas ovaciones. Por último, siguiendo un invertido orden cronológico, de Carreras hizo gala de su pausado y sosegado discurso para poner de relieve las circunstancias que han abocado a una serie de ciudadanos con quehaceres diversos a irrumpir en la escena política.




El límite en financiación

Viene siendo extraño el día que no salta a la palestra mediática alguna de las muchas irregularidades de financiación de los partidos políticos. Extraño, por otro lado, se me antoja el modo en el que los medios de comunicación echan mano del eufemismo con la finalidad de eludir el llamar a las cosas por su nombre llegado el caso. Si susodichas irregularidades de financiación se presentasen como noticia en algún colectivo de otro ámbito social no les quepa la menor duda de que no vacilarían un instante en denunciar públicamente con toda la contundencia que merece este tipo de desafueros.
Las normas aprobadas a modo de Ley están para cumplirlas y si es que existe alguien que esté doblemente obligado en acatarlas éste no es otro que el colectivo que aglutina a quienes reciben el encargo de elaborarlas. En mi opinión, deberían, sin ambages, predicar con el ejemplo o cuando menos evidenciar esa pretensión; sin embargo, a lo más que parecen llegar es a no escatimar esfuerzos en la abnegada labor de demostrar que el oponente político en este aspecto de la financiación irregular -sin que sirva de precedente para otras extrapolaciones-... sí que lo rebasa. Parapetarse en la excusa de que esta norma legal está desfasada; o bien, que resulta poco apropiada para las necesidades crematísticas de ciertos partidos políticos, resulta algo más que pueril. Se advierte a los ciudadanos con notable aparato que el propósito último de toda acción emprendida desde las formaciones políticas es el bien público. Por ello se revela como nada creible para la ciudadanía que requieran más recursos económicos de los que dispone la Ley; máxime cuando las necesidades perentorias de la población (que no son pocas) se nos muestran tan insuficientemente resueltas. La degeneración actual de ciertos políticos alcanza un extremo tal que olvidan con suma facilidad su condición de "medio" y que "el fin" somos todos y cada uno de nosotros, esto es, "los ciudadanos".




¿Me lo explicáis?

En la antigüedad griega, los mensajes podían formularse con más o menos fortuna, podían descansar en un lenguaje corrosivo o bien lo contrario e incluso podían ir acompañados de un dejo que iba de grandilocuente a jocoso. No obstante, éstos podían ser descodificados con suma facilidad. Sirva como referencia el encuentro dialéctico entre dos filósofos coetáneos de la época antes mencionada: Hipias, en cierta ocasión, recriminó a Sócrates que éste dijera las mismas cosas que años atrás a lo que éste replicó que hacía algo peor que eso, que no sólo decía siempre las mismas cosas sino que además acerca de los mismos temas. Como el paso del tiempo todo lo altera, los mensajes, desde esa época, han cambiado significativamente los registros. Tanto esto es así en la actualidad que para individuos, como quien esto escribe, que no se caracterizan por poseer un despejado caletre, en las más de las ocasiones el mensaje nos queda por intrerpretar de forma satisfactoria. El campo de la Política está colmado de mensajes que corroboran de modo enormemente ilustrativo aquello que modestamente trato de reflejar. Se erige en un ejemplo perfectamente representativo de ello un mensaje emitido, hace escasos días, desde cierto partido independentista donde se conminaba a sus oponentes, adscritos a un partido político de tendencia ideológica diametralmente opuesta, a hacer aquello que convenía a los primeros puesto que si no se avenían a razones crecería el número de independentistas desmesuradamente en las siguientes elecciones. ¿Soy vosotros capaces de advertir el matiz que arroja luz sobre comunicaciones de este jaez?, ¿sí?... pues un servidor, la verdad, no da para tanto.




Carta abierta a Marius Serra

Asiduo lector de "La Vanguardia", un servidor, que lleva a gala su doble condición de "ciudadano de Catalunya" intentará modestamente, a título personal, despejar aquellas dudas que asaltan al excelente escritor Màrius Serra en su artículo de opinión editado hoy, día siete del presente mes de marzo de 2006.
El nacionalismo del conjunto de España está (ya, por iniciativa propia; ya, forzado por las circunstancias) en un derrotero que lo ha de abocar a la desaparición. Hoy por hoy, camina indefectiblemente, incluso de buen grado, por la senda de la cesión de competencias en aras de un espacio europeo de convivencia cuyas barreras entre ciudadanos cada día quedan más difuminadas. Fue Ortega y Gasset quien afirmaba, como "espectador", que España no era sino una abstracción política e histórica. Todo lo expuesto anteriormente, en modo alguno, significa que este específico nacionalismo no se le deba de ir reconduciendo en momentos puntuales con el firme propósito de neutralizarlo.
Mientras que el nacionalismo del conjunto de España pierde vigor por sí mismo; otro nacionalismo, el catalán, ha estado radicalizando sus acciones seguro de no tener que rendir cuentas en una sociedad que hasta hace escasos meses parecía estar estratégicamente desactivada. Su inequívoco objetivo no ha sido otro que lograr que la abstracción, de la que nos hablaba el filósofo y ensayista, tome cuerpo. Es decir, trocar aquello inexistente en algo real e incluso tangible. Un cuarto de siglo de sugestiva reprogramación que aboca a un nacionalismo a sostener que quien se opone a aceptar el "hecho diferencial" -entre ampurdaneses y maragatos, entre los primeros y renanos o entre los segundos y mandingas- es un retrógrado, no resulta a priori tan fácil de reconducir. Quienes tachan, sin arrobo alguno, de anticatalanes a aquellos que osen preferir la abolición de fronteras a su proliferación requieren infinitamente más atención, ¿no le parece, señor Serra?

Sin otro particular, un cordial saludo, el infrascrito

Eduardo González Palomar.