Dádivas quebrantan peñas

Hablar poquito y mear clarito

En vano, me he obligado a darme un buen tute intentando cobrarle ley a esta pulsión que muestran muchos representantes políticos de Catalunya en imponer su “llengua patria” incluso en los rótulos de nuestros comercios. Después de darme semejante panzada, todavía me ha sido preciso recurrir a la cruz y los ciriales para hallar sólo un punto digno de elogio. A diferencia de otros apartados de las leyes lingüísticas, en este concreto asunto y más aún en lo referente a las sanciones recaudatorias, sí aplican con celo el código legal vigente y no emplean, raro en ellos, la ley del embudo. En descargo de estos amantes de la imposición taxativa queda que la normativa legal no fue escrita en agua y aquellos que ahora descubren que no mancha linaje alguno el recurrir al Tribunal Constitucional en cualquier país democrático, entonces (1998) renunciaron a hacerlo. En casos contados, el encabezamiento de un negocio privado debería ser objeto de tanta atención por parte de nuestras autoridades y con más razón todavía en los tiempos que corren. Al hilo de lo anterior, como es de ley en cualquier democracia que se precie, sólo nos resta, a quienes no estamos de acuerdo con este orden de barbaridades legislativas, derogarlas en sede parlamentaria tan pronto como la oportunidad y los desequilibrios parlamentarios lo permitan. Dialogar con unos interlocutores que a calzoncillo quitado han sentenciado que en lo concerniente a esta materia no hay nada que hablar (tema sagrado), se me antoja misión harto difícil para el más pintado en este terruño. A buen seguro, inclusive cercado de adversarios con la declarada intención de hablar menos que mudos roncos, procede llevarse el gato al agua en buena lid. Para empezar, en las formas ya tropezamos con descuidos argumentales que no dicen mucho a favor de ellos por la colosal contradicción que adquiere relieve cuando profundizamos en cuál es el propósito de todo código lingüístico: la comunicación. Vaya, que allá se las compongan si no encuentran que entre las radicales posturas, no decir ni mu o hablar más que un ropero en día de fiesta, habita el término medio del que nos advertía el heleno filósofo. A más de la “exclusión” que desprende el concepto de la consabida Ley de Política Lingüística en lo tocante a la preferencia de sólo una de las más significativas lenguas propias que tenemos los catalanes, es de sentido común que imprime mejor en el ánimo colectivo el premio que el correctivo. No me hallarán hablando a tontas y a locas pero tampoco al paladar; por lo tanto, me resulta inexcusable no referirme al fondo de la polémica suscitada por la imposición, en rótulos de comercios, de la “llengua patria” de quienes menudean en torno al ultracatalanismo. En qué beneficia a nuestros tenderos coartarlos en la elección de las lenguas que mejor les convengan para hacer sus negocios más rentables y competitivos. Por descontado, las sanciones a las que, llegado el caso, han de hacer frente ni favorecen a los vendedores ni al conjunto de la población como potencial cliente, al menos en cuestiones pragmáticas. Además, en coyuntura de globalización de la economía, a qué inversor extranjero seduce traba accesoria o el obstáculo de no poder utilizar, cuando lo estime oportuno, sólo la lengua que le venga en gana, siquiera para este menester, con todo el poder selectivo que ello representa en subjetivas y legítimas políticas de imagen. Para rematar, sé que para algunos en Catalunya poner ahora sobre el tapete discrepancia alguna sobre el constreñido espacio de libertad en asuntos lingüísticos tiene la gracia como las abejas, en el culo. Qué voy a hacerle, en mi particular idioma el acento no recae en la formalidad sino en su uso mondo y lirondo… boca de verdades, cien enemistades.




5 Comentarios

el viernes, enero 14, 2011 Anonymous Don Manuel Salazar de Carranza dijo ...

Muy señor mío, paseando por Barcelona he visto algún que otro comercio rotulado exclusivamente en árabe... Esto es algo que no me molesta, siempre y cuando se respete la ley y, como mínimo, esté también en catalán, para que todo hijo del vecino pueda saber qué negocio hay ahí puesto, y decidir si a uno le vale la pena entrar o no. La ley es de mínimos y está para garantizar esto, luego, a su cartel añádale el/los idioma/s que quiera.

Y con suma osadía me atreveré a hacerle hincapié en que no por escribir de forma enrevesada, barroca y trasnochada parece usted más culto que la mayoría y, por lo tanto, digno de gallarda admiración (quizás en tu barrio sí que te funciona), más siento transmitirle con sumo pesar que sus textos destilan un soberano aburrimiento que viene acompañado, por ende, de un gran sopor, sin conseguir con ello "llevarse el gato al agua en buena lid". Deseo sea usted perspicaz y saque de mi simple charlatanería una muy modesta sugerencia de asistir a unas convenientes clases de estilo literario, para socavar esta verborrea más digna de épocas en que nuestro Cid Campeador, aguerrido y audaz cual lémur, luchaba por la reconquista de nuestra bien amada España.

Se despide con afectuoso saludo

Don Manuel Salazar de Carranza, ¡viva Cristo Rey!

 


el sábado, enero 15, 2011 Anonymous Anónimo dijo ...

Respuesta al comentario insertado por "Don Manuel Salazar de Carranza", un lector, en el artículo “Hablar poquito y mear clarito”.
En el plano de la objetividad, estoy de acuerdo con usted en que la Ley ha de cumplirse. Harina de otro costal es que desde ciertos postulados podamos considerar una determinada ley inapropiada por intervencionista en exceso e innecesaria. En tal caso, sólo nos resta, legítimamente en democracia, derogarla o modificarla cuando los desequilibrios parlamentarios lo posibiliten. En Madrid, por traer a colación un espejo en el que, guste o no, nos miramos sobremanera en Catalunya, se puede rotular un comercio sólo en catalán, bereber o chino cantonés sin que haya un código legal por el que sancione al propietario del establecimiento. La ausencia de reglamentación en tal sentido, que haya trascendido a la opinión pública, no ha ocasionado contrariedad o desorientación alguna a los ciudadanos. En lo tocante a la legislación vigente, en Catalunya, podemos fácilmente apreciar cómo infinidad de nuestros representantes políticos, no sólo incumplen el código legal vigente (art. 56 del RDL 339/1990, art. 138 del RDL 1428/2003) en lo referente al código lingüístico en el que como mínimo (castellano) han de utilizar en las señales de tráfico (con la facultad de añadirles tantos oficiales como les venga en gana -catalán, gallego, vascuence-) sino que además se dan trazas en sancionar a los conductores de vehículos ilegalmente e irse de rositas. En suma, las más de las veces, el nacionalista parcelario demuestra con gran destreza una ambivalencia moral digna por sí sola de toda una tesis doctoral.
En el plano de la subjetividad, no pongo ni quito algo a lo que usted ha asentado. Sólo me resta agradecer, en lo que valen, sus bienintencionadas sugerencias.

Sin otro particular, un cordial saludo, el infrascrito
Eduardo González Palomar

 


el viernes, enero 21, 2011 Anonymous Don Manuel Salazar de Carranza dijo ...

Imagino que sus lectores, a pesar de no parecer en demasía numerosos, agradecerán la ligera, y no por escueta menospreciable, modernización de su estilo.
Ya que el señor gusta, al parecer, de mirar hacia Madrid, quería recordarle las leyes de etiquetaje vigentes en el Estado español, pero usted mismo me pone en bandeja otro ejemplo, el de las señales de tráfico, que obligan el uso de la lengua patria de “los otros” en lid. Me parece ignominioso que critique en sus entradas ciertos tics nacionalistas salvando de forma descarada y obscena los de "los otros". Un gran amigo mío a esto le llama padecer de miopía selectiva, otrora “sólo ver paja en ojo ajeno”. Don Eduardo, razón no le falta al decir que en el parlamento catalán, y deje añadir a un servidor también el español, este es un mal sumamente extendido... pero, según se constata, también se extiende por ciertas bitácoras.

Déjeme, si las circunstancias me son propicias, abandonar esta contienda dialectal; a ojos vista uno se da cuenta del gran mal del que se aqueja usted, y sólo intervine en su blog porque me divierte de sobremanera la escritura con “tintes clásicos” (¿uno entre un millón?), de la que, permítame cierta idolatría hacia su merced, tiene un dominio infinitamente superior al mío, imagino que debido a que un servidor ha padecido en carnes propias el menoscabo de la normalización lingüística en la escuela catalana, dejando esta última mi estilo, nivel léxico y ortográfico a niveles paupérrimos, e imaginando, por el contrario, que usted disfrutaría en su momento de una elegante y más que envidiable educación en las postrimerías del franquismo.

Agradeciendo su afilado sentido del humor, se despide

Don Manuel Salazar de Carranza

Post Scriptum: Leyes de mínimos Don Eduardo, tanto españolas como catalanas, no lo pierda de vista.

 


el lunes, enero 24, 2011 Anonymous Anónimo dijo ...

Contrarréplica a “Don Manuel Salazar de Carranza”

Para encuadrar, que cuando a tratar cualquier materia desde la perspectiva racional su “gran amigo” llama “miopía selectiva”, yo, de buenas a primeras, lo denomino mezclar churras con merinas. Es obvio que, impartir justicia, al aplicar sendos códigos lingüísticos (rótulo de comercio-señal de tráfico) en Catalunya, con diferente rasero ejemplarizante no dice mucho en favor de quien la ejecuta. De igual forma, desmerece extraordinariamente a quien (desde el universo catalanista) en los albores de la Transición reclamaba para sí un precepto internacional (UNESCO) y el día de hoy, sin sonrojo alguno, lo deniega para los restantes: “es axiomático que el mejor modo de educar a un niño es en su lengua materna”. Las ineludibles leyes que salvaguardan los derechos de las minorías, en la mesura en que otras necesidades más perentorias no las desaconsejen, casan con una inmersión lingüística “voluntaria”; pero, la “obligatoria” deja de alinearse con accesibles espacios de respeto y tolerancia para adentrase en cercados minifundios totalitarios.

Para rematar, en términos de Realidad, la equidistancia entre nacionalismos (catalanismo-españolismo), en el caso que nos ocupa, no ofrece necesariamente una visión objetiva. Del grado de radicalidad de cada uno de ellos, podemos fácilmente constatar que en TVE existen diariamente varias franjas horarias donde se hace añicos la uniformidad lingüística emitiendo en “catalá”. Sin embargo, ¿dónde queda la programación en castellano de su homóloga de titularidad pública en Catalunya (TV3)?
En otro orden de cosas, en su mano, y sólo en ésta, está abandonar cualquier disputa dialéctica. Por mi parte, me limito a acoger con amabilidad y honesto proceder a quien decide adentrarse en este ámbito digital de Libertad.

Sin otro particular, un cordial saludo, el infrascrito
Eduardo González Palomar

 


el martes, enero 25, 2011 Anonymous Don Manuel Salazar de Carranza dijo ...

Lee usted entre líneas que da gusto. ;)

Con tiempo seguramente responderé, pues parece usted sensato, y eso siempre estimula, intelectualmente hablando.

 


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