Dádivas quebrantan peñas

¡Vaya papeleta!

Que la colosal estructura del edificio del poder político del PSC en Catalunya ha quedado en estado enormemente ruinoso, tras el varapalo electoral del pasado domingo, no parece que vaya a ponerlo en duda alguien con dos dedos de frente. Hace algunos años (algo más de siete), cuando su candidato empezó a maniobrar, al encaramarse a la presidencia de la Generalitat, muchos progresistas creyeron encontrarse en situación de orfandad y no tardaron en mostrar gran estupor ante la deriva nacionalista de la federación catalana. Lejos de rectificar, con el cambio de líder al dar por finalizada la primera aventura tripartita, aun exhibieron mayor firmeza en la misma contradicción ideológica. La consecuencia del segundo examen, ante el electorado catalán, ha malogrado el arduo trabajo de décadas, además de dejar en la estacada quién sabe si en dilatado período a la formación política. Pero el engranaje que parece que ha sufrido mayor deterioro, en apresurado e imbécil alejamiento de los valores propios del Socialismo en un partido que hace gala del mismo en su propia sigla, es el de sus militantes y simpatizantes. Estos se han visto forzados, por los inagotables hechos de sus dirigentes en el gobierno de las instituciones públicas en Catalunya, a defender los mismísimos argumentos contra los que debían combatir escasos años atrás. Abrazar postulados propios del Nacionalismo, bajo el subterfugio del eufemismo “Catalanismo”, no deja de ser una de las muchas contradicciones en las que han incurrido desde el PSC. En el mismo sentido, el hacinamiento de ultracatalanistas entre la cúpula dirigente contrasta y chirría brutalmente con la ausencia de ellos entre las bases del partido y sobre todo entre su electorado natural. No obstante, pocas cosas han menoscabado más la paciencia de sus ya mosqueados seguidores, en el tramo final de la legislatura, que el ademán de aparente rectificación subyacente en sus promesas y actitudes electorales (el díptico bilingüe, el repentino desacuerdo con las multas lingüísticas, la extemporánea e hipotética cumbre anticrisis…, por mencionar algunas) solapándose en el tiempo con los últimos estertores de la acción de gobierno en la disparatada línea ininterrumpidamente seguida durante las dos últimas legislaturas. No hay quien hable más libremente que la pluma, pero las teclas de mi portátil carecen de pelos y como tampoco hay dos sin tres, mucho me temo que el sucesor de Maragall y Montilla pueda ser presentado en sociedad como el increíble adalid dotado de la persuasión necesaria para hacer pasar el Nacionalismo por la rama más pura y ortodoxa del Socialismo.